El Naguilan encalla frente a la USM - Junio 1963

Valparaíso, invierno de 1963. El Naguilan encalla frente a la USM en medio de un temporal de viento y lluvia. Los internos fueron testigos en el mismo momento del hecho y de los esfuerzos de los tripulantes por salvar la vida en medio de un temporal desatado. La foto fue tomada la mañana siguiente a ese evento. A continuación transcribimos la historia escrita por Enrique "Turco" Vásquez C. y publicada en el libro "Historias Sansanas" en el 2003.

 

NOTA del Editor: en la historia de Enrique Vásquez se nombra a Leonardo "Pirigüín" Rojas, eximio buceador sansano y también fotógrafo, y uno de los fundadores del GAS (Grupo de Actividades Subacuaticas) de la USM.

 

Si alguien quiere agregar sus recuerdos de esta historia, envien un correo a administration@sansanos.us


 

 

 

TEMPORAL, EL NAGUILÁN ENCALLA

 

La noche se había venido temprano, sobre los grises muros, la lluvia y el viento golpeaban sin cesar.

 

Nuestra habitación, para cinco alumnos en el cuarto piso del Internado, quedaba frente al mar.  Teníamos ventanas de fierro de doble contacto para hacerlas más herméticas. Así, en piyamas, podíamos observar, sin pasar mucho frío, cómo los relámpagos iluminaban la bahía. Algunos estábamos en la  ventana, otros en sus camas. Uno de los que observaba gritó de pronto...

 

¡Oigan huev... parece que hay un barco pidiendo ayuda!

 

Nadie se agitó... Sin embargo, un pito ronco comenzó a sonar estridentemente.

 

¡No les dije!  ¡No les dije! Comenzó a repetir el que estaba mirando.

 

Como por encanto, estuvimos los cinco disputándonos la mejor ubicación en la ventana.

 

Frente a nosotros, venia derivando un barco.  Entre relámpagos, lluvia y viento adivinábamos la agitación que reinaría allí dentro. Cada vez, era más evidente que se acercaba peligrosamente a la playa, los continuos pitazos traspasaban el ruido de la tormenta y ponían el toque de dramatismo para algo que realmente lo era y estaba ocurriendo al frente de nosotros sin que pudiésemos hacer nada para intervenir. Éramos mudos espectadores en espera del desenlace. Comenzamos a hacer comentarios y uno salió al pasillo a invitar a los integrantes de las otras habitaciones al espectáculo.  Pronto, todos los alumnos internos estaban pegados a sus ventanas siguiendo las evoluciones del barco.

 

Inquietas olas blancas provenientes del mar embravecido se desparramaban en sus cubiertas, las luces se movían con el barco en un vaivén increíble, no se veía un alma desde nuestras improvisadas atalayas, sin embargo, los continuos pitazos nos indicaban que debía tener gente sobre él.

 

Fuimos observadores pasivos durante unas dos horas, comentando las evoluciones y las probables alternativas de desenlace. Las blancas cortinas de agua golpeaban brutalmente y a su arbitrio la herrosa estructura. Unos, doctoralmente, daban su definitiva opinión sobre lo que debía ocurrir a continuación y otros, lamentaban lo que les estaría ocurriendo a los desafortunados tripulantes. Cuando alguien vino y dijo… ¡es el Naguilan, ya encalló en la playa Portales! Aunque resulte cruel, aquella frase le quitó vida al momento, el desgano y el sueño se apoderó de nosotros y pronto nos metimos en nuestras camas y nos dedicamos a dormir.

 

Al día siguiente...  lo increíble...

 

Frente a nosotros, un gran barco parecía estar estacionado en la Avenida España, la calle que corría paralela a la línea de ferrocarril y al lado del mar. Era imposible no notarlo, nuestra ventana estaba lleno de él.  Había desaparecido el habitual fondo de mar que tenía nuestra habitación para colocar una enorme mole de fierro frente a nosotros.

 

Por el piriguín Rojas, un experimentado buceador, del Club de Buceo de la Universidad, supimos que el barco había encallado en dos rocas que lo sostenían a proa y popa. En el barco sólo se encontraba un cuidador (guachiman) que afortunadamete no sufrió ningún problema,

 

Durante mucho tiempo decoró nuestro paisaje, al principio la novedad hacía que se agolpase mucho público observando. Largas colas de vehículos, plenos de niños chicos, llegaban los fines de semana para ver el coloso de fierro, que hacía ver chiquititas a las robustas máquinas de ferrocarril que incesantemente pasaban por su lado.

 

Luego dejó de ser noticia, sólo de cuando en cuando se discutían teorías de cómo reflotarlo. Un día, alguna de esas teorías se puso en práctica y el Naguilán comenzó a avanzar de regreso al mar, alejándose lenta y pesadamente de las ominosas rocas que lo mantuvieron tanto tiempo retenido y en vitrina.

 

Algunos pitazos y unos pocos silbidos de los que supimos de las maniobras de reflotación fueron el adiós a su estadía en nuestra ventana.

 

Enrique Vásquez C. publicada en el libro "Historias Sansanas" (2003)